lunes, 21 de abril de 2014

Autobiografía.

A pesar de lo claro del día, mis pensamientos se tornaban cada vez más y más oscuros. No sé si quería venganza, no sé aún si la quiero. Cada paso que daba era alejarme más de lo que pude haber evitado, de lo que pude salir siendo una luchadora y no una victima. Mis manos temblaban como si por ellas pasara un temblor de grados subliminales y volvía a estar sola, sola y rota... Dañada. Ya no era más yo, ya no habían colores que pintaran sonrisas en una cara que pasó de manera subliminal a ser de una niña para pertenecer a una mujer. No quería estar cerca de mi, me odiaba, olía a él y a sus recuerdos. Rozar mi piel era recordar como él lo hizo, con aquella brutalidad, con rencor; rencor que nunca causé porque lo más cerca que estuve de causarle una molestia fue ganarle en algún juego y no lo creo, era más grande, más fuerte, más hábil. Todo lo usó en mi contra. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué lo hiciste? ¿No me amabas? Como yo te recuerdo lo hacías, lo hacías con una fuerza insólita. Eramos tú y yo contra un mundo que nos golpearía más adelante pero tomaste la iniciativa y decidiste hacerlo tú, decidiste dejarme abatida, decidiste intentar marchitar mi futuro.
Siempre quise saber si te causé placer, porque me encanta causarle placer a las personas y si es así, juro que no haré más preguntas, ni tendré más dudas dentro de mi cabeza que solo quiere respuestas. Siempre quise saber si después de tanto tiempo, me reconocerás, porque ya no soy aquella niña de siete años a la que quizás a tu manera le demostraste "amor".
Siempre he querido saber si recuerdas como fue, como se sintió. Siempre he querido saber si mis lagrimas sabían a niñez o a sangre, esa misma que quedó impregnada en mi ropa, en mi alma, en mis recuerdos.

Abrí los ojos entre quejas de dolor, sin saber que provenían de mi y yo no veía nada. Mis manos estaban entumecidas en mi cara, a la par, como un paño que quiere tapar la verdad. Me helé y los escalofríos dejaron de recorrer mi diminuto cuerpo. Olvidé lo hermosa que era, me estaba muriendo. Mis párpados pesaban cada segundo más y más, comenzaban a cargar el sufrimiento. Seguía allí, detrás de mi, como una sombra, penetrando más que mi cuerpo, penetrando los abrazos de mis papás, hundiendo los grados del colegio ya aprobados, los amigos que perdí por tonterías y sueños frágiles que se convirtieron en esperanzas que se esfumaron antes de tiempo.

Para él tenerme como un harapo era normal, eso me dio a entender pero luego todo cambio. Se escucharon ruidos afuera. Juré que era mi salvación, que lo poco que sabía de justicia se pondría en práctica en ese momento y conmigo, me emocioné... Entre tanto, me emocioné. Me levantó y me volteó con mucha facilidad, ya no pesaba nada. Él se había robado todo lo que me hacía mantener el equilibrio. Me vistió con suma cautela, como si fuera un tesoro, me beso en la frente no sin antes susurrarme que mataría a todo lo que yo amaba, a todo lo que conocía. Aunque era imposible que lo hiciera, el miedo hizo que cada palabra me llegara a los palpitos que disminuían mientras pasaban los segundos dentro de esa habitación que si aún existe, la repudio en mi mente.
Mi garganta aún recuerda como se sintió tragar aquel nudo mientras mi mamá lloraba gritando desesperada. Nunca la había visto así, nunca quise verla así. Recuerdo se lo deletreé poco a poco, como si fuera un juego de mal gusto. Simplemente no podía admitir que había dejado que alguien de mi familia, de mi propia sangre, me hubiera hecho daño y yo no haya hecho absolutamente nada por detenerle. No podía admitir que era débil, que necesitaba cuidados y atenciones especiales. A pesar de mi edad, tenía mis indicios de independencia que pronto se desaparecieron, quería a mi mamá, quería estar en sus brazos todo el día y mucho más en las noches en las que el frío me hacía azotarme la memoria en su honor.  
Desde el momento en el que atravesé el umbral de su puerta, dejando atrás sábanas llenas de mis rizos ya deshechos por el agite, comencé a sentir como la figura que me protegería siempre, se alejaba... Me dejaba, me rechazaba. Mi papá no me creyó pero si yo no mentía, ¡NUNCA MENTÍA! ¿Debía hacerlo? ¿Debía fingir que nada pasaba? Me lastimaron, papá. Debiste estar ahí pero no te culpo, cada quien tiene asuntos que atender para lo mínimo, debiste creerme. Soy tu hija, la mayor. Soy tu primer fruto, soy tu princesa y tu adoración. ¿Por qué no me creyó? ¿Por qué lo hiciste? ¿No me amabas? Como yo te recuerdo lo hacías, lo hacías con una fuerza insólita. Eramos tú y yo contra un mundo que nos golpearía más adelante pero tomaste la iniciativa y decidiste hacerlo tú, decidiste dejarme abatida, decidiste intentar marchitar mi futuro.
Recuerdo estar sentada a tus pies, mientras sostenías alguna discusión absurda con mamá. Buscaban a quien culpar pero nunca me mencionaron. Yo pude ser culpable, soy culpable. Soy culpable de confiar en ti, en él, en que todo estaría bien. Después de aquella noche en la sala de esperas del hospital, jamás volví a verte y si me topé contigo en la calle, te ignoré. No te odio pero no te quiero en mi vida, no te lo mereces.
Pasé dos meses entre una cama de hospital, atada a una intravenosa que me suministraba algún medicamento que me daba sueño; Yo no quería dormir. Algo pasaba dentro de mi cuerpo, algo no funcionaba bien, algo me comía poco a poco, algo mas fuerte que mis pensamientos más profundos.
Cuando me curé dentro de grandes comillas, salí a gozar de la luz de un esplendido sol que gritaba "todo estará bien" y yo lo oía con mucha atención pero realmente eso no sucedía, ni sucedería.
Se encargaron de tratar de encarcelarlo pero yo me cansé, me cansé de ir de diván en diván contando como había pasado de llorar a crear una máscara con un sonrisa tan enorme, que pronto sería convincente. El problema mayor estuvo cuando mis brazos no podían abrazar a los míos. Había olvidado como se sentía el caliente regazo de mi abuelo, sus cuentos antes de dormir, las tomadas de mano antes de cruzar una calle y esas pequeñas cosas que siempre quiero tener en mi vida porque ¿quién es capaz de no amar a su abuelo? Y yo lo hacía, a distancia. Todos eran una amenaza, todos podrían ser perfectamente capaces de violarme... Yo lo permitiría. Así de cobarde podía llegar a ser. Caminar del colegio a mi casa era suplicio eterno, era mi propio viacrucis. Me sentía desnuda, todos sabían que había pasado conmigo y se reían, se burlaban de mi sumisión, me llamaban tonta, creían conocerme.
Pensé tanto que mi cabeza no dejaba de llorar conmigo, no dejaba de gritar que parara, que me estaba lastimando, lastimando de verdad. Caí en cuenta y de mis brazos manaba sangre, mis piernas cultivaban mallugaduras pero seguía sumida en un constante "estoy bien".
Me cansé que querer morir cada día que pasaba y decidí aunque sea, despedirme de mis seres queridos, esos que tanto había pasado sin tocar, mirando siempre de reojo y evadiendo sus preguntas. Habían pasado dos años cuando toqué a mi abuelo en el brazo y le jalé la camisa queriendo que me cargara, ya por mi tamaño y peso, le costaba... No fue muy tarde, sin embargo, perdí dos años. Dos años entre lagrimas en silencio y gritos ahogados, nadie nunca supo nada, nadie nunca ha sabido nada.
Experimenté con hombres mayores que yo que por alguna razón se me hacían atractivos tanto como para morir por ellos y a la hora de tener sexo, los dejaba. No quería, tenía miedo. Vivía con miedo. Por algún lugar de mi mente pasó que la solución a todo era seguir intentándolo hasta que pudiera acostarme con ellos como una "mujer" normal, como lo hacía mi mamá, quien desde su divorcio no dejaba de llevar padrastros al "hogar" que teníamos.
Retomé lo que había dejado mucho antes de que me mataran la mitad de mi vida, los juegos con mis primas. Esos que normalmente se hacen entre primos y primas, vecinos y vecinas, nosotras jugábamos entre nosotras. Busqué chicas y al parecer no me iba tan mal, las trataba como reinas, como me gustaría que me trataran si lograba estar con un chico. A ellas les gustaba y querían estar conmigo, yo quería estar con ellas y quería lograr imaginarme con un hombre, casándonos y haciendo felices a todos los que esperaban eso, mucho más que yo. Me comencé a considerar lesbiana, me lo comencé a creer a tal punto que no pensaba jamás en volver a ser heterosexual pero ya no tenía miedo, estaba bastante bien y tenía muchos amigos con los que en cualquier juego aprovechaba para besarme. Amaba negar mi gusto por las mujeres y ser tan cínica con los hombres, seduciéndolos, provocándolos y dejándolos con las ganas de tenerme. Dejé atrás mis fases de suicida, de poco femenina y como el fenix, resurgí de las cenizas.. Dejando detrás una familia desgastada, dejando atrás los recuerdos de hombres y ahora mujeres que me habían herido hasta más no poder y comencé a lastimar. Veía a hombres y mujeres como personas, para mi era indiferente y jugaba con ellos, de a dos, de a tres a la vez y me encantaba verlos sufrir hasta que comenzaba a sufrir yo y volvía a girar aquella ruleta para volver a hacerlo, una y otra vez. Amaba llorar, amaba perder y ganar a mi manera, amaba ver partir a quienes comenzaron a amarme con locura, a quienes daban todo por mi, con quienes construía parte de mi futuro y se convertían en pasado. Pasé sola un tiempo, cansada de besar bocas extrañas en fiestas fortuitas para empezar a verme gorda, fea, asquerosa y todo lo maldito que alguien puede llegar a sentir por sí mismo. No comía, no dormía pero no era suficiente, no eran suficientes los mareos en el colegio, los desmayos en el baño y buscar soluciones vía internet. Perdí tanto peso que lograba sentir cada hueso de mi cuerpo y me sentía bien, me sentía renovada. Salía con una chica que estaba perdidamente enamorada de mi y me obligaba a comer, por lo que vomitaba a sus espaldas para no perder lo que necesitaba para sobrevivir. Amaba mi cuerpo, sí pero mi cuerpo delgado. No fue hasta un desmayo en la cancha del colegio que me diagnosticaron bulimia, anemia y principio de anorexia. Hice sufrir tanto a mi familia con eso y a aquella chica que se preocupaba por mi a cada minuto.. Desistí de los vómitos pero seguía sin comer por lo que me convertía en gruñona y una real perra, quedé soltera y caí en depresión severa, comenzaron los psiquiatras.
A ellos les conté todo por lo que pasé y ellos me retribuyeron con palabras vacías. Dejaba de ir repitiéndome que mejor estaría bajo consejos de mi mejor amigo... Poco tiempo después, lo mataron en medio de una confusión o esa es la versión que me gustaría creer.
Por lo que llegué a la conclusión de cambiar todo lo que había creado en mi, para bien o para mal, en especial eso tan efímero que es el amor.
"El amor es una mesa de blackjack, pierde el que quiere más" - Melendi. Y nunca algo tendrá más razón que eso. Antes el amor para mi era tan puro que de eso podría perfectamente, sin más, sin querer más nada. Ahora el amor es un arma de doble filo, es un viaje sin salida, es infinito. No se deja de amar, se deja de sentir con frecuencia y el deseo controla todo lo que queremos en esta vida, que conlleva a su vez su dosis de amor. El que quiere más, pierde. El que quiere menos, aún así pierde pero sigue sin ser espléndido vivir sin amar o vivir sin amor, eso no existe. Soy una mujer que cree con fervor en el amor, en el amor con conveniencia pero el amor para ganar experiencia. El amor es entrega y es daño, son secretos y verdades pero sobretodo, es vicio, es masoquismo, es placer a lo desconocido y pasión, tanta pasión como para hacernos esclavos de eso de lo que padecemos y morimos una y otra vez, con cada palabra y cada gesto de un alguien ajeno. La familia son peleas, la familia son disputas pero la familia es amor... Hay familias que lastiman pero familias que encuentran el perdón. Hay familias que hieren, familias que cansan, que humillan y rechazan pero hay familias que sonríen y sobrepasan las adversidades.
Los amigos son burlas, ofensas pero los amigos son amor... Hay amigos que se equivocan pero que recompensan sus errores. Hay amigos que huyen, que fingen, que mienten, que no son amigos pero hay amigos que purifican, que escuchan, que quieren, que celebran a tu lado y luego estoy yo...
Quien mata, quien hiere, quien daña, quien se justifica, quien se equivoca, quien humilla, quien se burla, quien se cansa, quien odia, quien critica, quien discrimina, quien arrasa todo a su paso pero estoy yo, quien ama, quien quiere, quien adora, quien sonríe, quien espera, quien no juzga, quien planea, quien piensa, quien habla con calma, quien entrega lo mejor de sí, quien rectifica y quien se levanta luego de cada caída con más fuerzas para demostrarle al mundo que llegó para quedarse, triunfar y dejar huellas valiosas a un futuro igualmente construido por mis manos, mis besos, mis abrazos y la calidez de mi cuerpo.
Estoy aquí para mejorar mis opiniones y posiciones ante las adversidades que me presente tan querida majestuosa obra, la vida y colocar mis valores en alto.